En el post anterior sobre Steve Jobs hablamos de
cómo la realidad para nada es igual que la percepción. Comentamos en qué
consistía su campo de distorsión de la realidad y pasamos un poco por encima de
la importancia que Jobs daba al diseño de sus productos para que la gente los
percibiese como algo muy bueno. Pues
bien, en esta entrada repasaremos otras formas por las que Jobs alteraba la
realidad cambiando únicamente la percepción.
Como ya vimos en clase, Hernández de Prusia ya se
sirvió de esta distinción para hacer que la gente cultivase la patata. Jobs
también era consciente de que podía hacer sus productos más deseables sin tener
que cambiar la realidad. En primer lugar, generaba en torno a cada producto un
secretismo absoluto, de forma que se creaba un clima de expectación y emoción
total. La gente hablaba de ellos y tenían cautivado a todo el mundo. Así,
aunque se tratase solo de una veraión mejorada, la percepción acerca del
producto cambiaba y por ello muchos se decidían a comprarlo.
Pero no solo utilizaba la expectación y el diseño
para hacer más atractivo el producto. También se apoyaba, y mucho, en las
presentaciones. Lo que hace Apple es muy bueno, y seguro que también sin ellas
habría vendido muchos aparatos, pero lo cierto es que son la ginda de un pastel
que se ha ido cocinando durante los meses de la expectación. Suponen el culmen.
No se limita a enumerar sus características y ya está, sino que consigue que
desees el producto y además lo veas como una ganga, pues te esperabas un precio
mucho mayor del que realmente es porque lo percibes como muy bueno.
En definitiva, aunque los productos de Apple son
muy buenos ya de por sí, Jobs ha conseguido hacerlos aún más apetecibles,
conjugando la expectación, la presentación y el diseño.
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