miércoles, 29 de mayo de 2013

Qué bello es vivir: ejemplo de reciprocidad

Leyendo las lecturas sobre los principios de influencia, y en concreto el de reciprocidad, no deja de venirme a la cabeza la película Qué bello es vivir.

El principio de reciprocidad consiste en tratar a los demás como ellos nos tratan. De este modo, uno se asegura que cualquier recurso que uno comparta con otros más necesitados en un momento dado, le será devuelto por los demás cuando esté en las mismas circunstancias.

Pues bien, este principio se puede ver perfectamente en el film de Capra. El protagonista, James Stewart, regenta una empresa dedicada a dar pequeños préstamos a los ciudadanos de un pueblo para sus gastos. Justo el día de su boda, ocurre el crak de la bolsa, y todos los que tenían metido el dinero en esa empresa se agolpan en las oficinas para retirarlo cuanto antes. Stewart, que ve que es imposible responder a las necesidades de todos los que están ahí (ya que el dinero disponible no daba para todos), no ve más remedio que sacar ese dinero de los ahorros que tenía guardados para su luna de miel. De este modo, evitó que la empresa cayese en manos de un anciano avaro. A partir de ese momento, James comenzó a despertar sentimientos de admiración entre todos los del pueblo.

Pasan los años y James empieza a tener hijos. Tiene un futuro fantástico, pero decide descartar todas las ofertas que le planten porque quiere seguir dirigiendo la empresa que un día le dejó su padre. Sin embargo, una desgracia se cernía sobre él. Era el día de dar los respectivos impuestos a Hacienda, pero el encargado de guardar esa cantidad, el tío de James, pierde la totalidad por culpa del avaro anciano. Por ello, la empresa no podía pagar a Hacienda y por tanto James iría a la cárcel por culpa de esa negligencia. A partir de entonces, James se lamenta de todo lo bueno que hizo, de sus hijos, su mujer, la gente a la que ayudó… Sin ninguna escapatoria decide poner punto y final a su desgraciada vida, pero en el momento en que se lanzó desde el puente un ángel le salvó del trágico desenlace. Sin embargo, no cree que sea un ángel, y solo cuando le muestra cómo habría sido la vida del pueblo sin James (las desgracias que ocurren, la situación de su mujer, etc…) cree de verdad que es un ángel y se arrepiente de los malos pensamientos que lanzó sobre su familia y amigos.


Así, el lloro y el llanto se transforman en una alegría inmensa que la posibilidad de ser arrestado no empaña. Vuelve a casa, donde estaban preocupados por él, y de repente ocurre otro milagro: todas las personas a las que había ayudado comienzan a corresponderle por tantos años de favores. De este modo, no solo consigue la cantidad necesaria pagar para hacienda, sino también para poner punto y final a la estrechez económica que durante tantos años pasó él junto con su familia. Un ejemplo claro del principio de reciprocidad. 

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